SONETO LIX
(G.M.)
Pobres poetas a quienes la vida y la muerte 
persiguieron con la misma tenacidad sombría 
y luego son cubiertos por impasible pompa 
entregados al rito y al diente funerario. 
Ellos —oscuros como piedrecitas— ahora 
detrás de los caballos arrogantes, tendidos 
van, gobernados al fin por los intrusos, 
entre los edecanes, a dormir sin silencio. 
Antes y ya seguros de que está muerto el muerto 
hacen de las exequias un festín miserable 
con pavos, puercos y otros oradores. 
Acecharon su muerte y entonces la ofendieron: 
sólo porque su boca está cerrada 
y ya no puede contestar su canto. 



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