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«Si hay esperanza —habría escrito en el Diario—, está en los proles.» Estas palabras le volvían como afirmación de una verdad mística y de un absurdo palpable. Penetró por los suburbios del Norte y del Este alrededor de lo que en tiempos había sido la estación de San Pancracio. Marchaba por una calle empedrada, cuyas viejas casas sólo tenían dos pisos y cuyas puertas abiertas descubrían los sórdidos interiores. De trecho en trecho había charcos de agua sucia por entre las piedras. Entraban y salían en las casuchas y llenaban las callejuelas infinidad de personas: muchachas en la flor de la edad con bocas violentamente pintadas, muchachos que perseguían a las jóvenes, y mujeres de cuerpos obesos y bamboleantes, vivas pruebas de lo que serían las muchachas cuando tuvieran diez años más, ancianos que se movían dificultosamente y niños descalzos que jugaban en los charcos y salían corriendo al oír los irritados chillidos de sus madres. La cuarta parte de las ventanas de la calle estaban rotas y tapadas con cartones. La mayoría de la gente no prestaba
atención a Winston. Algunos lo miraban con cauta curiosidad. Dos monstruosas mujeres de brazos rojizos cruzados sobre los delantales, hablaban en una de las puertas. Winston oyó algunos retazos de la conversación.
—Pues, sí, fui y le dije: «Todo eso está muy bien, pero si hubieras estado en mi lugar hubieras hecho lo mismo que yo. Es muy sencillo eso de criticar —le dije , pero tú no tienes los mismos problemas que yo».
—Claro —dijo la otra—, ahí está la cosa. Cada uno sabe lo suyo.
Estas voces estridentes se callaron de pronto. Las mujeres observaron a Winston con hostil silencio cuando pasó ante ellas. Pero no era exactamente hostilidad sino una especie de alerta momentánea como cuando nos cruzamos con un animal desconocido. El «mono» azul del Partido no se veía con frecuencia en una calle como ésta. Desde luego, era muy poco prudente que lo vieran a uno en semejantes sitios a no ser que se tuviera algo muy concreto que hacer allí: Las patrullas le detenían a uno en cuanto lo sorprendían en una calle de proles y le preguntaban: «¿Quieres enseñarme la documentación camarada? ¿Qué haces por aquí? ¿A qué hora saliste del trabajo? ¿Tienes la costumbre de tomar este camino para ir a tu casa?, y así sucesivamente. No es que hubiera una disposición especial prohibiendo regresar a casa por un camino insólito, mas era lo suficiente para hacerse notar si la Policía del Pensamiento lo descubría.
他曾经在日记中写过,“如果有希望的话,希望在无产者身上。”他不断地回想起这句话,这说明了一个神秘的真理、明显的荒谬。他现在是在从前曾经是圣潘克拉斯车站的地方以北和以东的一片褐色贫民窟里。他走在一条鹅卵石铺的街上,两旁是小小的两层楼房,破落的大门就在人行道旁,有点奇怪地使人感到象耗子洞;在鹅卵石路面上到处有一滩滩脏水。黑黝黝的门洞的里里外外,还有两旁的狭隘的陋巷里,到处是人,为数之多,令人吃惊——鲜花盛开一般的少女,嘴上涂着鲜艳的唇膏;追逐着她们的少年;走路摇摇摆摆的肥胖的女人,使你看到这些姑娘们十年之后会成为什么样子;迈着八字脚来来往往的驼背弯腰的老头儿;衣衫褴缕的赤脚玩童,他们在污水潭中嬉戏,一听到他们母亲的怒喝又四散逃开。街上的玻璃窗大约有四分之一是打破的,用木板钉了起来。大多数人根本不理会温斯顿;有少数人小心翼翼地好奇地看他一眼。有两个粗壮的女人,两条象砖头一般发红的胳膊交叉抱在胸前,在一个门口城着闲谈。温斯顿走近的时候听到了她们谈话的片言只语。
“‘是啊,’我对她说,‘这样好是好,’我说。‘不过,要是你是我,你就也会象我一样。说别人很容易,’我说,‘可是,我要操心的事儿,你可没有。’”
“啊,”另一个女人说,“你说得对。就是这么一回事。”
刺耳的说话突然停止了。那两个女人在他经过的时候怀有敌意地看着他。但是确切地说,这谈不上是敌意;只是一种警觉,暂时的僵化,象在看到不熟悉的野兽经过一样。在这样的一条街道上,党员的蓝制服不可能是常见的。的确,让人看到自己出现在这种地方是不明智的,除非你有公务在身。如果碰上巡逻队,他们一定要查问的。“给我看一看你的证件。好呀,同志?你在这里于什么?你什么时候下班的?
这是你平时回家的路吗?”——如此等等。并不是说有什么规定不许走另一条路回家,但是如果思想警察知道了这件事,你就会引起他们的注意。