西语童话:Los corredores
-Si yo no hubiese sido miembro del jurado, habría votado en mi favor -dijo el mulo, que había actuado de juez-. No sólo hay que tener en cuenta la velocidad del avance, sino también otras circunstancias, por ejemplo, el peso que se puede arrastrar. No obstante, por esta vez no insistí en ello, ni tampoco hice observar la listeza de la liebre en la fuga, el talento con que de repente da un salto a un lado para desconcertar a sus perseguidores. Pero todavía hay otra cosa, que es de mucho peso y que no debe dejarse de lado; me refiero a lo que llaman «belleza». Yo lo he tomado en consideración, observando las bellas y desarrolladas orejas de la liebre. ¡Da gusto ver lo largas que son! Diome la impresión de que me veía a mí mismo cuando era pequeño. Por eso voté en su favor.
-¡Bah! -exclamó la mosca-. Yo sólo diré una cosa, y es que he alcanzado a más de una liebre. Bien lo sé. No hace mucho que rompí las patas traseras de un lebrato. Me había instalado sobre la locomotora de un tren; lo hago a menudo, pues es el mejor modo de observar la propia velocidad. Un lebrato corría muy por delante, sin sospechar que yo estaba allí; al fin hubo de desviarse, pero la locomotora le partió las patas traseras, debido a que yo estaba posada encima. La liebre quedó allí tendida, mientras yo seguía adelante. ¿No es una victoria, esto? Pero no aspiro al premio; me da igual.
«Me parece -pensó la rosa silvestre, aunque se guardó el pensamiento para si, pues no está en su naturaleza el expresarse de viva voz, aunque aquella ocasión hubiera estado muy oportuna-, me parece que el primer premio honorífico correspondería al Sol, y hasta el segundo, por añadidura. En un santiamén recorre la inconmensurable distancia que media entre el astro y la tierra, y llega con una fuerza capaz de despertar a la Naturaleza entera. Y además tiene una belleza tal que nos hace a las rosas sonrojarnos y perfumar el ambiente. Aquellos encopetados jueces no parecen haberse dado cuenta de todo esto. Si yo fuese el rayo de sol, les enviaría una insolación a todos; aunque lo único que conseguiría sería volverlos locos, y para esto no necesitan ayuda. Mejor es que me calle. Tengamos paz en el bosque. Es magnífico esto de poder florecer, perfumar y refrescar, y vivir en la leyenda y en la canción. Pero el rayo de sol nos sobrevive a todos».
-¿Cuál es el primer premio? -preguntó la lombriz de tierra, que se había pasado el tiempo durmiendo y llegaba tarde.
-Consiste en tener entrada libre a un huerto -dijo el mulo-; yo lo propuse.
Como forzosamente tenía que ganarlo la liebre, yo, como miembro pensante y activo, tuve buen cuidado de considerar la utilidad que reportaría al ganador. Ahora la liebre está aprovisionada. El caracol puede subirse al muro a lamer el musgo y la luz del sol; además, se le nombra árbitro para la próxima competición. En eso que los hombres llaman un comité conviene mucho contar con un especialista. He de decir que tengo grandes esperanzas en el futuro, pues el principio ha sido realmente espléndido.